jueves, febrero 22, 2007

Mi Primera Fraternidad.

Hoy 22 de febrero todos los apristas del Perú y del mundo celebramos el día de la Fraternidad y creo suponer que cuando llegamos a la fecha todos empezamos a recordar la primera vez que asistimos a esta celebración.



En mi caso, la primera Fraternidad a la que asistí fue en 1974. Yo sólo tenía 12 años y recuerdo que desde días antes mi padre y mi madre conversaban sobre la pertinencia de llevarnos a ver a Víctor Raúl. Mis hermanos mayores ya lo conocían y ya se encontraban en la edad en que iban solos a los lugares que deseaban. No era ese mi caso ni el de mis dos menores hermanos. ¿Porqué de la duda de mis padres? Porque ya en 1972 en el mitin del Campo de Marte la dictadura militar había agredido a los compañeros con rochabuses dispersándolos a partir de la hora tope que habían puesto para la concentración. Era muy peligroso entonces llevar niños. Así y todo mis padres nos llevaron. Lima no era en ese entonces ni la mitad del tamaño de lo que es ahora. Pero era una ciudad en que se podía caminar tranquilamente de noche por la Plaza Unión y Dos de Mayo.



Mi madre nos arregló temprano, como para ir a una fiesta. Llegó mi papá de su trabajo y en su viejo carro Chevrolet nos condujo a la legendaria Av. Alfonso Ugarte. Estacionamos en los alrededores y comenzamos a caminar por una avenida que no tenía rejas y por el contrario era absolutamente transitable. Paseando llegamos hasta la plaza Dos de mayo donde visualizamos a un conjunto de personas que portaba una gran bandera peruana, de unos 30 metros o más de largo. Todos ellos eran personas de mediana edad, algunos mayores que mis padres, lo notaba porque ya llevaban canas.



“Ahí esta el CEN” recuerdo que mi madre le decía a mi papá y nos llevaron con ellos. Ahí reconocí a uno de mis vecinos, al "tío Cuco", el c. Luis Heysen Incháustegui, a otro personaje que alguna vez había frecuentado mi casa, al c. Carlos Enrique Melgar. Ví cómo mi padre se abrazaba con Justo Enrique Debarbieri y Orestes Rodríguez. Lógicamente en ese momento no sabía quiénes eran, sólo veía el afecto, la fraternidad con que se saludaban. Nunca olvidaré la expresión de mi padre, cuando tomándome por el hombro le dijo a Carlos Enrique Melgar, “aquí traigo a mis pichones para que sepan lo que es el aprismo”. Carlos Enrique me miró y me dijo “tu padre es una gran aprista, ojalá llegues a ser como él”. Sinceramente yo no sabía de qué hablaban.



Alrededor había gente que tocaba pitos, agitaba matracas y ondeaba banderas. Era una fiesta pública en verdad, donde todos los líderes del aprismo estaban en la calle departiendo y saludando a los militantes del Partido. Ahí estaban -después supe quiénes eran- Ramiro Prialé, Luis Alberto Sánchez, Carlos Manuel Cox, Armando Villanueva, Nicanor Mujica, Juana Castro, Luis Negreiros, entre otros más que ya es difícil recordar.



Pero de un momento a otro se callaron los pitos, se detuvieron las matracas, las personas se quedaron mudas, fue un silencio sepulcral e instantáneo. Como si hubiera estallado una bomba de silencio. Sorprendido volteé a ver qué pasaba y sólo ví a una vieja camioneta Ford descubierta, llevando parado en la parte de atrás a un hombre de contextura gruesa y bastante mayor, que entraba desde la Plaza Unión hacia la Dos de Mayo. Todos lo miraron como hipnotizados. Y sólo reaccionaron de esa hipnosis colectiva, cuando “el viejo” (así lo exclamó uno de las personas ahí presentes) agitó en la mano izquierda un pañuelo blanco saludando a la multitud presente. Del silencio absoluto pasamos al bullicio total, a la eclosión de las masas. Por todos lados se escuchaba un solo grito, “Víctor Raúl, Víctor Raúl”. La gente se acercaba a la camioneta a darle la mano y él con una sonrisa franca y abierta les correspondía. ¿Quién es este hombre, me pregunté, que es capaz de lograr el silencio y volverlo luego en una alegría generalizada? . Y le dije ingenuamente a mi mamá, ¿quién es ese señor? Él es Víctor Raúl, me respondió ella con profunda emoción.



Todos después volvieron a sus sitios. La banda de la CHAP empezó a tocar y se inició el desfile. Ya una vez en el mitin, en varias oportunidades escuché un grito, que retumba aún en mis oídos y de todos los consecuentes apristas que conocieron a Haya de la Torre: “Víctor Raúl: Contigo hasta la muerte!!!”



Esa noche me hice hayista, tiempo después me haría aprista. Esa noche sin saberlo iniciaría este compromiso que me ha llevado a no estar ausente de ningún mitin de la Fraternidad, ni en las buenas ni en las malas. Para mí ha sido fácil hacerlo, porque conocí a Víctor Raúl y de él aprendí a ser aprista. Difícil ha sido para quienes ni lo vieron y aún así se han hecho apristas. Bienaventurados aquellos que sin haber conocido al "viejo" creen en él y aplican sus enseñanzas.



Víctor Raúl, contigo más allá de tu muerte, hasta nuestra propia muerte!!!

Viva Haya de la Torre!!!

Viva el Apra!!!

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PREMIACIÓN A LA MUJER CAJAMARQUINA

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