jueves, agosto 21, 2008

PELIGROSA POLARIZACIÓN.

La verdad que el panorama político se está poniendo muy caliente en estos días. A la subida de la gasolina, los problemas del abastecimiento de energía, la movilización de los empleados civiles de las fuerzas armadas, ahora se ha sumado el problema del decreto legislativo conocido como la “ley de la selva”. Debemos considerar también los recientes resultados de la encuesta nacional de Ipsos Apoyo, donde lo más preocupante resulta ser la percepción que sobre los líderes apristas del gobierno tiene la gente.

Todos los analistas serios coinciden en resaltar el inmenso espacio vacío que se ha dejado en el centro político. Espacio que históricamente le correspondía al aprismo. Al que nosotros doctrinariamente podríamos denominar de izquierda democrática o centro izquierda. La concesión que se ha hecho a ambos extremos es demasiado peligrosa. Con el agravante de que quienes se aprovecharán de ello son nuestros peores enemigos, el humalismo y el fujimorismo. Ambos considerados fácilmente como outsiders del actual momento político del país. Tras del humalismo, lo sabemos, está la clásica izquierda cavernaria antiaprista, tras del fujimorismo la mafia corrupta y corruptora que expolió a nuestro país e hizo tabla rasa de los derechos sociales durante la pasada década. Ninguna de estas alternativas le asegura gobernabilidad al Perú. En ambos escenarios caminaremos a la confrontación social. Con el agravante de que los dos nos quieren sacar votos para después darnos una soberana patada por la espalda (recordemos sino julio de 1990).

Es cierto, también, que en situación de campañas electorales sea tácticamente válido promover la polarización para sacar provecho de ella. Como en la segunda vuelta del 2006. ¿Pero es dable recurrir a este procedimiento cuando se es gobierno? Pienso que no. Es demasiado riesgoso. Más aún cuando nos quedamos desubicados políticamente y la gente nos percibe como parte de la polarización. De ahí a la confrontación interna no hay sino un paso. Y siempre el que pierde es el gobierno. Tal como ocurrió en 1987.

No es el momento para polarizar. Por el contrario, es el momento de conciliar posiciones, de concertar buenas voluntades. Los que no quieran hacerlo serán los que queden descalificados ante la opinión pública. Que es a quien hay que reconquistar. Con niveles de desaprobación como los actuales, no nos podemos dar el lujo de jugar a imponer “la ley y el orden”, porque ese camino sólo conduce a convocar a fuerzas que después no se pueden controlar. Y siempre es preferible la peor de las democracias que la mejor de las dictaduras.

Lima, 20 de agosto del 2008.

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